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Palabras del Director

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Nuestro colegio se fundó en 1983 para cooperar con los padres que quisieran dar educación
católica a sus hijos.

 

La educación católica la concebimos, en primer lugar, como la transmisión de una buena
noticia. Esta buena noticia es la conciencia de que uno ha sido amado gratuitamente por
Dios, de que este amor es el que está en el origen de todas las cosas. En ese sentido, existe
una prioridad del don gratuito por sobre el mérito o el esfuerzo.
Dios ha querido, porque nos ama gratuitamente, que en la vida conquistemos muchas cosas
con nuestro esfuerzo y capacidad. Es decir, toda persona está llamada a ser responsable de
sí mismo, a poseerse, dominarse, lograr su sustento mediante el trabajo y ser capaz de
actuar libremente. Por eso es una exigencia de la educación católica procurar el despliegue
de las capacidades de nuestros alumnos e ir desarrollando en ellos esa responsabilidad
propia de la vida adulta. Pero esa preocupación no debe ocultar que el fundamento de la
existencia cristiana radica en la confianza de ser mirado y sostenido por un amor gratuito y
personal, del cual deben ser reflejo los educadores, padres y maestros. Toda nuestra
existencia (las características propias, los dones y talentos, el contexto en el que me sitúo,
etc.) ha sido recibida de otros y también, por ello, está destinada a comunicarse,
transmitirse y realizarse en la donación a los demás. De la convicción de esta prioridad
brota la paz y felicidad del corazón.
En este sentido, el fin de la educación consiste en alcanzar la sabiduría que orienta la vida,
y esta se encuentra en el conocimiento de ese origen, que es el Amor que nos ha hecho y
redimido gratuitamente. Y de la confianza en este amor gratuito brota la esperanza cierta de
que nuestra vida tiene un sentido y que cada uno puede alcanzar la perfección a la está
llamado según su vocación personal.
Relacionada con esa la gratuidad como fundamento de la vida, la educación intelectual se
concibe —antes que la adquisición de unas capacidades para enfrentar la vida adulta—
como el descubrimiento gozoso del mundo, que es lo que da sentido al desarrollo de las
potencias humanas y a la vocación a ponerlas al servicio de los demás. De aquí que, dentro
de la perfección a la que está llamado todo hombre, consideramos fundamental la

formación de una persona culta, que es capaz de decir desde sí la verdad acerca de las cosas
y difundirla en la vida social.
La transmisión de esos conocimientos no solo supone una mirada distinta de los contenidos
sino también una forma de concebir la misma transmisión. La forma de comunicar ese
conocimiento gozoso radica principalmente en la presencia de personas que participen de
dicha mirada. Los conocimientos, la palabra verdadera acerca del mundo en sus diversas
dimensiones, solo puede ser transmitidos en el marco de comunicación y convivencia
personal. Por eso, los planes y programas propios del Colegio los concebimos como algo
esencialmente dinámico, vivo. En el Colegio existe una orientación, una planificación, una
pedagogía, pero en su fundamento consiste en una escuela de profesores que participan de
una búsqueda de lo verdadero, de un interés común. De esta búsqueda interior brota la
posibilidad de comunicar y difundir lo alcanzado a otras personas. Por eso en el Colegio
estamos convencidos de la prioridad del profesor por sobre los planes y métodos.
Asimismo, también privilegiamos el contacto directo con las fuentes de conocimiento, la
observación directa de la naturaleza, la lectura de los textos clásicos, el ejercicio de las
diversas artes, etc. en los diversos niveles de la vida escolar. De aquí la preocupación por
elaborar nuestros planes, programas y textos propios, para privilegiar la profundidad en el
estudio.

Pedro del Río D.
Director