Volver

Octubre 2019

 

El mes de octubre se nos presenta generoso en festividades.

Conmemoramos, por un lado, el día de la Hispanidad, agradeciendo a Dios que, desde otro continente, atravesando mares, haya llegado a nosotros su Palabra, la que nos hizo libres y verdaderos hijos de Él.

Celebramos también la generación de nuestro idioma, hijo adoptivo del castellano peninsular, que nos permite comunicarnos, pensar y recrear realidades que nos conectan con lo bello y lo verdadero. Como parte del festejo de nuestra lengua, celebramos el mes del libro, queriendo fomentar en nuestros alumnos la lectura de buenas obras literarias, ya que como sabemos, la buena literatura está llena de cosas inútiles absolutamente necesarias. Sabemos con certeza que, a través de la lectura constante, nuestros alumnos podrán aprender de qué está hecho el mundo; podrán preparar sus espíritus y sus mentes para juzgar críticamente lo cotidiano, ya que rodearnos de buenos libros es construirnos un refugio moral que nos protege de casi todas las situaciones de la vida. En este mismo sentido, festejamos también la premiación de nuestro concurso literario, instancia en la cual intentamos abrir las mentes de los niños, como tesoros dispuestos a observarlo todo y verter lo percibido en la palabra escrita.

Pero lo más importante al iniciar el mes: celebramos al Santo que le dio el nombre a nuestro Colegio, San Francisco de Asís. A través del asado familiar y la fiesta de las casas, gozamos participando de actividades deportivas, de juegos y concursos, de encuentros sociales, culturales y de la celebración de nuestra misa en la Catedral, la que todos los años conmemoramos como el acto central de los días del colegio.

¡Qué bueno es tener motivos para estar felices! Y es que San Francisco de Asís, este santo que dejó sus riquezas materiales al escuchar una noche la voz de Dios que lo llamaba, nos ha enseñado desde siempre que el primero de los frutos de la espiritualidad franciscana es la alegría; que el silencio de Dios debe poner todo su empeño en conservarla y en recurrir a la oración para recobrarla una vez perdida.

Este regocijo debe ser fervor del espíritu; una disposición del hombre para hacer todo el bien que este pueda. Debemos estar alegres y festejar; debemos manifestarnos con júbilo por ser verdaderos hijos de Dios y verdadera comunidad de hermanos. “Alégrense siempre en el Señor. Se los repito: ¡Alégrense!” (San Pablo a los Filipenses).

 

 

Publicaciones Anteriores