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Saludo Miércoles 25 de Marzo

Queridas familias y profesores:

 

Hoy, 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad, se celebra la fiesta de la Anunciación a María y la Encarnación del Señor. A través del sí de María, se produce este admirable suceso: el Verbo de Dios se hace hombre, asume nuestra naturaleza, se hace uno de nosotros para salvarnos.

Estos días en que se eclipsan, humilladas, las vanas pretensiones de grandeza del hombre que se autodiviniza, y aparece de forma patente ante nuestra habitual soberbia la fragilidad de la condición humana, derrotada por un pequeño virus que es capaz de asustarnos, de matarnos, o incluso de derribar todo un sistema económico y social que habíamos construido sin contar con Dios y en contra de Dios, creyendo que los caminos de los hombres son mejores que los suyos, más fácilmente podemos atisbar a comprender la magnitud de la distancia entre el Creador y la criatura y cuán grande ha sido la misericordia que se ha manifestado en la Encarnación.

El Hijo de Dios, al hacerse hijo del hombre, se hace débil, se hace vulnerable, como lo somos nosotros. El que no podía sufrir en su Vida divina, se hace pasible y necesitado, totalmente dependiente de María. Y lo hace porque nos ama y, como buen pastor, no quiere vernos descarriados por el pecado y, como buen samaritano, no quiere dejarnos solos en nuestros sufrimientos. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22).

Si el mismo Dios ha querido compartir los sentimientos que hoy nosotros tenemos, ¡qué bien nos comprende ahora! Estamos confinados, como Él lo estuvo nueve meses en el seno purísimo de María por amor; nos sentimos indefensos ante el virus, como Él ante la persecución del rey Herodes; los días transcurren sin ninguna novedad y se nos hacen largos, como Él vivió por amor a nosotros largos treinta años en una pequeña aldea desconocido de todos.

Imitemos a Jesús, quien, en todas sus necesidades, se puso al amparo de la Santísima Virgen. Ella también es nuestra madre: «Todos cuantos estamos unidos con Cristo y los que, como dice el Apóstol, somos miembros de su cuerpo, hemos salido del vientre de María» (San Pío X, Ad diem illud, 10). A Jesús nunca le falló. A nosotros tampoco.

 

Un abrazo a todos y que Dios les bendiga.

 

 

 Padre Antonio Ganuza C.

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