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Saludo Domingo 21 de Junio

Queridos profesores y familias del colegio:

En este mes de Corazón de Jesús les invito buscar tiempos de oración, para contemplar el inmenso amor de nuestro Dios, «huésped divino del sagrario» y pedirle con un gran deseo interior que termine cuanto antes esta situación que nos priva de la Eucaristía, «pan nuestro de cada día». Porque, así como el cuerpo no se alimenta solo con comidas «espirituales», el alma necesita también la comunión física y real del Pan de cada día, que es Cristo. La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el sacramento por excelencia; nos introduce anticipadamente en la vida eterna; contiene todo el misterio de nuestra salvación; y es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia, como recuerda el Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 8).
Y mientras llega ese día en que físicamente podamos recibir al Señor podemos ir cada día al sagrario a decirle con santa Teresita:
     “¡Oh Dios escondido en la prisión del sagrario!, todas las noches vengo feliz a tu lado para darte gracias por todos los beneficios que me has concedido y para pedirte perdón por las faltas que he cometido en esta jornada, que acaba de pasar como un sueño…
     ¡Qué feliz sería, Jesús, si hubiese sido enteramente fiel! Pero, ¡ay!, muchas veces por la noche estoy triste porque veo que hubiera podido responder mejor a tus gracias… Si hubiese estado más unida a ti, si hubiera sido más caritativa con mis hermanas, más humilde y más mortificada, me costaría menos hablar contigo en la oración.
     Sin embargo, Dios mío, lejos de desalentarme a la vista de mis miserias, vengo a ti confiada, acordándome de que “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Te pido, pues, que me cures, que me perdones, y yo, Señor, recordaré que “el alma a la que más has perdonado debe amarte también más que las otras…” Te ofrezco todos los latidos de mi corazón como otros tantos actos de amor y de reparación, y los uno a tus méritos infinitos. Y te pido, divino Esposo mío, que seas tú mismo el Reparador de mi alma y que actúes en mí sin hacer caso de mis resistencias; en una palabra, ya no quiero tener más voluntad que la tuya. Y mañana, con la ayuda de tu gracia, volveré a comenzar una vida nueva, cada uno de cuyos instantes será un acto de amor y de renuncia.
     Después de haber venido así, cada noche, al pie de tu altar, llegaré por fin a la última noche de mi vida, y entonces comenzará para mí el día sin ocaso de la eternidad, en el que descansaré sobre tu divino Corazón de las luchas del destierro…”.

Que el Señor les bendiga.

Padre Javier Jaurrieta G. HNSSC

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